Por Domingo Ramos
¡Qué difícil es escuchar con atención a los demás!
¡Qué difícil resulta esperar que el otro termine de expresar sus ideas!
¡Qué difícil es no interrumpir a quien nos habla!
¡Qué difícil es callar mientras el otro habla!
¡Qué desagradable es hablar cuando el otro habla!
¡Qué gratificante y agradable es escuchar con atención a quien nos habla!
¡Qué difícil es la escucha activa!
Escuchar de manera activa o con eficacia es un arte. Un arte que, desafortunadamente, no todos los hablantes poseen, y de ahí las fallas que se producen en el acto comunicativo, o las que Azorín llama “mañas en escuchar”
¿Por qué se originan esas mañas o problemas?
Sencillamente, porque no prestamos atención a quien nos habla, dedicamos poco tiempo a escuchar con empatía y profundidad, en la conversación no esperamos que el otro termine de hablar, vale decir, lo interrumpimos constantemente para terminar lo que nuestro interlocutor está diciendo o para expresar una idea brillante que se nos ha ocurrido acerca del tema tratado. En otras palabras, porque muchas personas solo transmiten o hablan más que lo que oyen y centran su atención más en lo que dicen que en lo que escuchan.
Pienso que semejante conducta lingüística está íntimamente articulada al autoconcepto que cada sujeto tenga de su yo. Cuando ese autoconcepto es muy elevado, es posible que el hablante entienda que lo que importan son sus ideas y palabras, nunca las ideas y palabras de los demás.
José Martínez Ruiz, Azorín, (1873 – 1967), el célebre escritor español, miembro prominente de la Generación del 98 y uno de los más finos prosistas de la lengua española, en su muy citado libro “El político” (1946), sostiene al respecto lo siguiente:
“Una de las artes más difíciles es saber escuchar. Cuesta mucho hablar bien; pero cuesta tanto el escuchar con discreción. Entre todos los que conversan, unos no conversan, es decir, se lo hablan ellos todo; toman la palabra desde que os saludan y no la dejan; otros, si la dejan, os acometen con sus frases apenas habéis articulado una sílaba, os atropellan, no os dejan acabar el concepto; finalmente, unos terceros, si callan, están inquietos, nerviosos, sin escuchar lo que decís y atentos sólo a lo que van ellos a replicar cuando calléis" ( Edición Especial, pág. 43, 1997)
Para superar tales “mañas”, Azorín recomienda que: "Cuando se hable en corro o frente a frente, a solas con un amigo, dejemos que nuestro interlocutor exponga su pensamiento; estemos atento a todas las particularidades; no hagamos con nuestros gestos que apresure o compendie la narración. Luego, cuando calle, contestemos acorde a lo manifestado, sin los saltos e incongruencia de los que no han escuchado bien. Si es persona de calidad a quien nosotros queremos agradar aquella con quien hablamos, demostrémosle que tomamos grande gusto en lo que ella nos va diciendo"(Ob. Cit., págs.43/44).
En el proceso de la comunicación oral, si pretendemos que esta resulte efectiva, hablar lo necesario y escuchar con atención constituyen la clave del éxito. Merced a este planteo, conviene entonces tener siempre presente lo que a alguien se le ocurrió decir alguna vez:
“DIOS NOS DIO DOS OIDOS Y UNA BOCA POR UNA BUENA RAZON: DEBEMOS ESCUCHAR EL DOBLE DE LO QUE HABLAMOS”
av
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