Por el Profesor Alberto Cholo Perez
Cuando Barbarito James llegó a su casa, inhaló en el umbral de la puerta de entrada, el olor del almuerzo que diligentemente ese día su mujer ya tenía servido en la mesa. Cansado y hambriento por la fatiga del trabajo, porque desde el día anterior estuvo cumpliendo las veinticuatro horas en el control absoluto de una de las calderas del Ingenio que tenía asignada, al entrar; decidió pasar directamente al comedor, pero detuvo la marcha al notar que alguien estaba sentado a la mesa junto con su mujer, la cual lo miró con rostro radiante, dirigiéndose de inmediato a su encuentro al tiempo que le decía.
- Te presento a mi primo – dijo, con una voz chillona y una media sonrisa de labios.
Barbarito, que era hombre humilde y de sano corazón, estrechó la mano de aquel desconocido, al tiempo que se le oyó decir con sorprendida voz.
- Mucho gusto amigo...
El primo, con cara visiblemente tímida y con la vista baja, solo atinó a decir.
- Muchas gracias, yo soy Manuel, el primo de su mujer.
Después de sentarse todos a la mesa, las conversaciones se hicieron más intensas y las explicaciones que daba su mujer iban convenciendo más y más a su marido, ya que el mismo no conocía a ningún familiar de su mujer, porque la conoció a ella en otro lugar de la región en una gira de parranda y esa misma noche la trajo a vivir a la casona de madera donde él vivía y nunca había visto a nadie que fuera a visitar diciendo que era pariente de ella; y más que, en ocasiones le había dicho que era huérfana y que sus parientes lejanos vivían en la región sureña.
Luego, al ser convencido por ambos de que éste era primo de su cónyuge, no vaciló en acogerlo y darle protección; con el tiempo, hasta un trabajo le consiguió en la fábrica y el joven empezó a cobrar sus quincenas, pero su dinero nunca era visto en la casa, aunque su mujer le decía a su esposo que su primo le daba para su sustento cada vez que cobraba, pero esto no era más que otra compostura, ya que este dinero no pasaba de la terraza de diversión que había en el batey del central.
El tiempo pasaba y la confianza fue tan grande, que ya este joven hombre era parte de su familia y hasta buenos consejos le daba como un padre se los da a un hijo, él nunca iba a imaginar que todo era una trama entre su mujer y aquel hombre que se hizo pasar por primo, los cuales vivían cómodos con su sueldo, ya que era quien sustentaba todos los gastos de la casa. Nunca podía pensar este humilde hombre trabajador, que cada vez que él salía de madrugada para su trabajo, el primo ocupaba su lugar en la cama y que su mujer, que siempre se le negaba alegando dolencias físicas, se entregaba a aquel hombre con un deseo tan intenso que solo ellos podrían describir en el momento de desbordar aquella loca y traicionera pasión.
El cariño de Barbarito James hacia aquel joven era cada día más familiar, porque éste en sus planes tenía, obedecer y respetar al dueño de la casa, haciéndole creer que realmente él era parte de la familia que tanta falta le hacía a Barbarito, porque era un descendiente de cocolos y sus padres hacía tiempo habían muerto, dejándolo sólo en el Batey donde se hizo hombre trabajando duro en el central azucarero.
Ya era costumbre que este honesto hombre trabajador, se levantara siempre a las cuatro de la mañana a cumplir con su trabajo y nunca regresaba a su casa hasta cumplir su horario, teniendo uno de los mejores récords entre todos los trabajadores de la factoría. Pero aquel día, que aparentemente era normal como todos los demás, se levantó diez minutos después de lo acostumbrado; cosa rara, porque a él nunca le cogía el sueño.
Apresurado se levantó y preparándose rápidamente, tomó en sus manos el termo con el café y el juego de cantinas que desde la noche su mujer le dejaba preparados con el desayuno dentro, el cual aseguraba que no tenía por qué regresar hasta la hora del almuerzo, pero cuando estaba ya en el área de las calderas para dar inicio a su labor, recordó que había dejado los guantes en su casa, los cuales utilizaba para proteger sus manos que se aferraban al mango de la varilla que le servía de control en su correspondiente espacio de trabajo.
Luego de organizar su entorno, decidió ir de regreso a su casa en busca de los guantes y por destino, en su mano derecha llevaba la puntiaguda varilla que inocentemente usaba como de bastón y para asustar a los perros realengos que a veces, en el trayecto a su casa, le salían al encuentro, para él todo estaba en orden y todo era felicidad dentro de su hogar, pero allí se vivía todas las madrugadas después de cerrarse la puerta, un idilio de amor prohibido, que sólo su mujer y el supuesto primo sentían en el momento que se producía ese desbordamiento de pasión que el aire fresco de la mañana esparcía por las rendijas de la vieja casona de madera que se usan todavía en lo que queda de los Ingenios.
Esa noche, todo estaba planificado por parte de su infiel mujer y el supuesto primo, ellos habían dibujado en su imaginación todo lo que su ardiente pasión sentiría en aquella inesperada y desdichada mañana, estaban ansiosos porque llegara la hora, se podía decir que era una noche de desvelo, pero al fin llegó el momento y todo empezó como siempre, pero esta vez su amor se desarrollaba con más intensidad, sin pensar en otra cosa que no fuera aprovechar ese momento de locura y fue ahí en el instante cumbre de su pasión, que la puerta se abrió de repente y los ojos de Barbarito James pudieron observar, como su mujer disfrutaba con fuego intenso ese momento de placer, con una concentración tan profunda que ninguno de los dos se dio cuenta en qué momento el marido había abierto esa puerta.
Tan rápido salió de aquella casa, que nadie pudo notar que en su mano no traía de regreso la varilla con la cual había entrado, pero unos minutos después se observaba desde lejos aquel tumulto de curiosos queriendo entrar todos al mismo tiempo para ver como habían quedado ensartados y su pasión apagada, aquellos dos cuerpos atravesados como dos salchichas pegados junto a la fría cama, por aquella varilla; que irónicamente utilizaba Barbarito James para atizar el fuego de una de las calderas del Ingenio.
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