Robinson Canó tiene el bolsillo lleno. Ahora deberá enfrentarse a la dura realidad de jugar con los Marineros, un equipo sin pretensiones, al menos por ahora.Al segunda base dominicano no le tembló la mano cuando firmó un contrato de 10 años por 240 millones de dólares con Seattle, dándole la espalda nada menos que a los Yanquis de Nueva York. Canó se dejó crecer la barba, como no podía hacerlo en el Bronx debido al estricto código de presentación que los jugadores de los Yanquis deben seguir.
Pero tal vez eche de menos a Nueva York si su nuevo equipo no logra sacudirse de las magras actuaciones de los años recientes. La temporada de 2013 fue la octava de las últimas diez con balances negativos en su récord, con seis campañas de 90 o más derrotas.
El divorcio del mánager Eric Wedge con los propietarios y ejecutivos del club acabó aireando mucha ropa sucia, al decir que es una organización en la que impera la improvisación. “Ni con un contrato de cinco años, aceptaría seguir aquí”, se despidió diciendo Wedge, uno de los ocho pilotos que han tenido los Marineros en la última década. Lloyd MClendon, quien tuvo un desafortunado paso como dirigente de los Piratas entre 2001-05 y hasta hace poco coach de bateo de Detroit, asumió las riendas del equipo.
Adquirir a figuras de renombre se había convertido en un imposible para los Marineros, ya que les rehuían. Así que ofrecer uno de los cuatro contratos más abultados en la historia del béisbol de Grandes Ligas fue la única alternativa para una franquicia que en recesos de inviernos previos fue desairada por otros agentes libres como Prince Fielder y Josh Hamilton. También tenían que hacer algo radical para hacerse sentir en su ciudad, donde los ídolos del momento son los Seahawks en virtud de haber conquistado el Super Bowl. En Seattle no se celebraba la consagración de uno de sus equipos en las grandes ligas profesionales de Estados Unidos desde los SuperSonics de la NBA en 1979.
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