martes, 16 de noviembre de 2010

Travesuras escolares.

Recuerdo en una ocasión cuando pudimos escuchar la voz dulce y cariñosa de nuestra querida maestra de tercer grado.

-Silencio por favor...

Esto sucedió, cuando un muchacho de estos que son el blanco de todos los demás alumnos de esa edad escolar, sostenía una discusión con el más travieso y temido del curso.

Este último, amenazando con palabras y con gestos al primero, se le oyó decir al final de la discusión.
-¡No te apures a la salida!...

Pero este muchacho, aparte de cobarde, poseía la habilidad de la astucia, por lo que se acercó a su mejor amigo, quien era uno de los más fuertes y rudo del la escuela, de familia muy respetada por esos contornos a quien Américo, como le llamaban al tonto, le contó su situación a fin de que este lo defendiera del travieso muchacho que lo había amenazado, también porque eran vecinos, amigos y siempre iban juntos a la escuela.

Sucedió, que al sonar la campana que anunciaba la hora de la salida, no habían recorrido cien metros cuando de repente, el malo le entró a dos manos al pendejón y este en su desesperación, observó que su contrincante tenía una herida vieja en su pié derecho, la cual estaba vendada con un pedazo de tela sucia y ensangrentada, muy visible, porque este humilde muchacho siempre iba descalzo a la escuela ya que los zapatos en los campos para esa época de los años sesenta y los setentas, eran escasos.

Américo, defendiéndose de los golpes y muy contrariado, siempre echando hacia atrás y como una forma de sobrevivir, preguntó de repente a su agresor.
-¿Qué te pasó en ese pié?

Pero su rival siempre a la ofensiva, le contestó con una lluvia de puños perdiéndose la mayoría en el aire, ya que Américo era un muchacho tranquilo y nunca andaba con la ropa de pelear encima.

De pronto, al ver llegar a su compañero y amigo abriéndose paso entre el grupo que gozaban y agitaban con palabras características de estas peleas escolares, en su momento más difícil y ya al borde de la desesperación, solo se le ocurrió pronunciar a su belicoso contrincante, al momento de señalarle a su amigo, estas palabras, que de inmediato detuvieron la agresión, salvándolo de una andanada de puñetazos de todos los calibres.

-¡Mira con quién yo ando!...


Autor:
Prof. Luís Alberto Pérez Ubiera.
Cholo-perez@hotmail.com

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