Todo maestro ha tenido en algún momento que lidiar con estudiantes de escuelas pública o de colegio privado con todo tipo de conducta, muchos son excelentes muchachos de barrio pobre que solo hay que explicar un tema de análisis y ponerlos a sacar conclusiones o en cualquier teorema matemático son unos fenómenos al instante, demostrando sus talentos.
Pero también, ningún educador puede decir que no ha tenido que resignarse para no morirse del corazón con algunos, que por más que trates de enseñarles no cogen ni con cucharitas, a parte de que son tan lentos en sus aprendizajes, también muestran la falta de cariño y de comprensión que muchas veces no las tienen en sus hogares.
Es ahí, que la paciencia debe funcionar en el interior de un genuino maestro.
"El genuino educador, es aquel que provoca crecimiento, porque es capaz de ver, de describir y valorar la potencialidad que se encuentra en la interioridad del educando".
Pero hay algo que se sobreentiende, los maestros somos humanos y por demás imperfectos y en ocasiones tenemos que contar hasta diez para uno poder aguantar las ocurrencias que expresan estos adolescentes cargados de neuronas.
Yo, como maestro he tenido muy buenas relaciones con mis alumnos y casi los recuerdo a todos los que han pasado por mi aula. Recuerdo uno en especial, Santiaguito. Este era un muchacho que privaba en científico y en sus exposiciones nadie lo entendía, ni siquiera yo, porque sus experimentos y sus razonamientos no guardaban relación alguna con los temas tratados, sus gestos eran de muchacho medio idiotón y sus facciones siempre hacían reir a todos los demás cuando se paraba a tratar de explicar sus temas.
Cuando yo publiqué mi libro titulado "Atrapado en sus creencias", el cual contiene una serie de cuentos cortos que relatan diferentes situaciones de la vida del dominicano, quise compartir mi obra con mis estudiantes para que ellos pudieran apreciar el talento literario que podía tener su profesor, los puse a analizar uno de los cuentos de mi libro para una fecha determinada, el cuento se titula "Reflejado en el delirio", que trata de un moribundo que representa al sufrido pueblo y en su lecho de muerte entabla una conversación con la muerte que lo espera al pié de su cama y le pide que antes de llevárselo, le muestre el presente, el pasado y el futuro de su nación. Muy interesante.
Llegó el día de las exposiciones y yo me sentía orondo con los halagos y la buena interpretación que daban la mayoría de mis muchachos a mi cuento. Hasta que llegó el turno de Santiaguito...
¡Que muchacho este!.
Vino al frente y se colocó a mi lado al tiempo que empezó a dirigirse al auditorio, yo expectante estaba ansioso por oír su análisis ya que él con uno de mis libros en la mano derecha, me miraba a mí, miraba el libro y miraba a los demás grupo que esperaban, pero cuando pronunciaba alguna de sus escasas palabras, estas no se referían en nada al cuento que se estaba analizando.
La clase empezó a convertirse en un caos de risas y movimientos, por lo que tuve que utilizar algunas de mis estrategias para salir de esta y continuar adelante, fue ahí que intervine y le pregunté a Santiaguito medio triste y con mucha paciencia.
-Pero mi hijo, y ¿qué tu opinas del cuento Reflejado en el delirio?...
Él, miró nuevamente el libro, observó por un instante el auditorio, se fijó en mí con cara de bobolongo y dijo.
-Profe. Yo le voy ser sincero, eso para mi es un "diparate" y caminó despacio rumbo a su butaca.
Yo, con toda honestidad les voy a ser franco, tuve que respirar tres veces, porque cuando se iba, me dieron ganas de hacerle asiii... y darle un "alrevé" con la mano izquierda a ese rigión de muchacho campeón de la idiotez, que por suerte ese instinto se quedó en un suspiro profundo...
Autor: Prof. Luís Alberto Pérez Ubiera.
ftocmilan@hotmail.com
cholo-perez@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario