lunes, 21 de marzo de 2011

En el velorio.

Cuando Juan Número llegó al velorio de Frank, todo el que estaba allí fijó su mirada posándola en el recién llegado, con su sombrero crema y vestido de blanco impecablemente.

Su montura causaba admiración, un caballo de color negro como azabache y un anca que se podía jugar villar en ella.

A nadie en el mundo le gustaban más los velorios de atabales que a Juan ya que nació dentro de ellos porque en su casa siempre se hacía y hoy todavía se hace todos los veintiuno de enero de cada año, ese gran velorio que se lleva realizando de generación en generación como una traición familiar, por espacio de más de ciento veinte años sin mancar.

En otras fechas, también se realizan velorios de atabales en diferentes comunidades y en esta ocasión el velorio era en casa de Frank, quién también su familia tenía por tradición celebrarlos y así cumplir sus promesas a sus santos preferidos.

Frank vivía en una comunidad del seybo como a diez kilómetros de la comunidad que vivía Juan por lo que este último llegó cuando ya el velorio hacía rato había empezado, donde a las mujeres y a los hombres le corría el sudor por todo su cuerpo de tanto bailar al toque de los atabales.

En este tipo de baile, es permitido cortarles las parejas a los hombres que bailan sin ni siquiera pedir permiso y tan pronto Juan entró a la enramada después de haber amarrado su caballo, no esperó ni un instante y sin saludar a nadie, inmediatamente le cortó la pareja con la cual bailaba Lelo el carretero.

Lelo vivía en la comunidad de San Miguel y Juan no sabía que aquella mujer era su esposa, la cual él había puesto sus ojos tan pronto la vio, ya que la misma era muy buena bailadora y Juan indudablemente era un artista bailando atabales.

Cada vez que Lelo sacaba a su mujer a bailar. Juan sin darse cuenta que este se sentía celoso por la insistencia, iba y se la cortaba al instante y lelo solo se quedaba pensando y se preguntaba el por qué si habían tantas mujeres.

Ya, cuando todos estaban en el momento de más júbilo, y cuando los atabales retumbaban por toda la comarca, Lelo entro con su mujer a bailar aquella pieza que tanto a él le gustaba, pero sin darle tiempo a nada, Juan dio una vuelta con la pareja que bailaba y le cortó la mujer a Lelo, cosa esta que Lelo no aprobó, rompiendo la tradición de aquel baile y fue entonces que recibió a Juan con una "Galleta" con aquella mano callosa que lo hizo dormir en medio de la enramada por espacio de más de veinte minutos.

La fiesta se detuvo por este percance y cuando todos esperaban la reacción violenta de Juan cuando se despertara de aquel sueño involuntario, ya que se sabía de sobra que Juan tenía fama de hombre guapo, grande fue la sorpresa de las gentes que allí estaban expectantes cuando este despertó, porque solo atinó a mirar la multitud que estaba a su alrededor al tiempo que se le oyó decir mostrando una mirada perdida.

-¿Aquí no venden dulce `e coco?...

Pero la sorpresa más grande fue, que sin pronunciar una palabra más, se vio caminar con pasos torpes rumbo a la empalizada, montó su corcel y al instante, solo se veía el polvo que levantaban los cascos de su caballo, por todo lo largo y ancho de aquel blanco camino real.


Autor: Lic. Luís Alberto Pérez Ubiera
cholo-perez@hotmail.com

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