viernes, 4 de marzo de 2011

La jugada

Lejos, por allá; en la mitad del camino real que conducía hacia la gallera, fue sorprendido Ramoncito por una patrulla de la guardia, que para aquella época eran enviadas por sus superiores a las secciones de todo el país para comprobar quienes tenían su cédula al día y los permisos necesarios para portar armas de fuego o armas blancas, cosa que era responsabilidad del alcalde pedáneo, pero que en ocasiones era el guía de la guardia, que montados a caballo visitaban los lugares de diversión y patrullaban los caminos, haciendo preso a todo aquel que no cumpliera las disposiciones del gobierno.

Estas patrullas eran temibles por parte de los campesinos y cuando se decía ¡Ahí viene la guardia!... Todo el pobre dejaba el limpio, temiendo ser amarrado y llevado preso, la mayoría de las veces sin ninguna justificación, solo por capricho del cabo que encabezaba la patrulla o por maldad del alcalde en contra del infeliz que le cayera mal.

Ramoncito iba montado en su Mula prieta bien ensillada, con dos fundas de tela que colgaban a ambos lados de la silla diciendo que algo llevaban dentro, en su cintura se veía brillar desde lejos un revolver “pata de mulo” Cañón largo el cual no hacía juego con el tamaño de Ramoncito, ya que este era un hombrecito chiquito, barrigoncito y ojos vibrantes, su voz se oía a considerable distancia cuando hablaba, la cual daba la impresión de que era un hombre tan alto y fuerte como su expresión, pero el revolver era casi de su tamaño, sano de corazón y no era hombre de hacer maldad, a la vez que no era pobre económicamente, poseía tierras y ganado, también tenía buenos cultivos, cosas que le aseguraban un buen sustento familiar y también lo relacionaba con personas que tenían posesiones similares.

--¡Párese ahí amigo!-- oyó él de repente una voz autoritaria.

El hombrecito alzó la cabeza y sus ojos vivos relampaguearon varias veces al ver de repente la patrulla, que sin darle tiempo a decir nada recibió tres peticiones de parte del militar que a cualquiera hacían morir del corazón en ese mismo instante.

--Déme su cédula.
--Déme el permiso del revolver.
--Ábrame esas dos fundas, a ver que usted trae ahí.

¡Rápido!...

El susto que se dio Ramoncito fue tan grande, que quedó paralizado sin poder hablar una palabra, pero como era hombre de buen corazón, en su momento más crítico, sus preferidos gallos que en las fundas iban colgando y que tanto él confiaba en los momentos más difíciles de sus combates, tanto el Giro como el Japonés, parece que para nuevamente sacarlo de aprieto como en otras veces que había apostado a ellos más de lo que cargaba encima sin hacerlo nunca quedar mal ante nadie, se oyó a coro dentro de las fundas el canto sublime y majestuoso de sus dos combatientes que de inmediato lo hicieron reaccionar sacándole una asustadiza sonrisa acompañada de las palabras que perdió al ser sorprendido de repente.

--Estoy totalmente al día mi jefe.
--Mire mi cédula y el permiso del arma.
--Cucurucuuu...-- volvieron a cantar los gallos dentro de sus fundas.

El cabo, observó los papeles y lo escudriñó con la mirada y al chocar sus pupilas notó la inocencia y el buen corazón que irradiaban del brillo de sus ojos, en ese mismo instante el alcalde se le acercó al cabo y estrechando la mano temblorosa del detenido se le escuchó decir.

--Ese es de los bueno mi jefe.
--Este es mi compadre Ramoncito que va para la gallera.

Mon Eugenia, que así se le llamaba al cabo, también estrechó su mano al tiempo de decir.
--Siendo así, siga su camino y buena suerte-- dijo, mirando las fundas que colgaban y como aprobando su dicho, volvieron a cantar al mismo tiempo el Giro y el Japonés.

Ramoncito siguió a pasos lentos sobre su Mula prieta, ya para él no era lo mismo, ya no sentía el entusiasmo de la jugada que esa noche lo había desvelado viendo en su imaginación a sus gallos combatiendo, pensaba como todo gallero, que ese inconveniente que le acababa de suceder con la
Patrulla significaba un mal presagio.

Al llegar a la gallera, saludó a sus amigos sin comentar nada de lo ocurrido, guardó sus gallos en los rejones que alineados en un lugar específico se utilizaban para esos fines y no se animó a casarlos porque tenía un mal presentimiento.

Pasaba el tiempo y los gallos de Ramoncito no iban al redondel aquel día de cábalas, aun así, su dueño decidió quedarse en la jugada que ya iba a dar inicio.
Esa era una gran jugada, aquel día, era el aniversario de la gallera y el dueño había invitado a los galleros de otras secciones como era de costumbre en aquellos desafíos gallísticos.

Los galleros invitados de Magarín, estaban todos con sus mejores gallos. Todo empezó con normalidad, las peleas pasaban y Ramoncito, sentado en su silla de primera línea pensaba y analizaba los pormenores de cada combate sin tomar la decisión de apostar en ninguno porque dentro de sí, sentía que algo sucedería aunque sea mínimo aquel día de sangrientos combates entre gallos, llegó el turno del Jabao de la casa con el Gallino de las gentes de Magarín, quienes tenían fama de usar algunos trucos a favor de sus gallos.

¡Que pelea esa!

Al soltarlos, estos dos ejemplares parecían fieras, el Gallino tiró primero, el Jabao repostó, la sangre corría y la algarabía aumentaba.
Al observar el desarrollo de la pelea con detenimiento, se notaba que el Jabao de la casa resbalaba cada vez que mordía con su ensangrentado pico, no podía asegurar los espuelazos zafando siempre al tirar y en medio de los sudores se oyó una voz gritar.

--El Gallino está “untao”, juez de valla...

Era Ramoncito, que con detenimiento llevaba el ritmo de la pelea y quiso salvar al Jabao de la casa de una muerte segura. Esto ocasionó una discusión entre los dos bandos y en medio de la pelea de los gallos, comenzó otra pelea entre todos los de la casa y los contrarios de Magarín, los gallos en medio de la confusión, no se sabe a donde fueron a parar, fue una lucha feroz entre bandos.

El único que no estaba peleando era Ramoncito, se había escondido debajo de su silla sin ser visto por nadie, luego de muchos golpes, partidas de cabezas, narices y bocas, de repente apareció la patrulla junto con el alcalde pedáneo quienes desactivaron la revuelta de las gentes.

Ramoncito, al darse cuenta de que ya todo había pasado, salió de su escondite y al ser visto entonces por el dueño de la gallera quien era compadre suyo y también dueño del gallo Jabao, chorreando abundante sangre por la nariz producto de su feroz lucha de hombre guapo, increpó de mala manera a su compadrito, ya que no lo había visto defendiendo la causa y con voz de trueno se le escuchó decir con movimientos de manos alborotadas.

--Ramoncito carajo tú no sirve...

Entonces, este último, como movido por un resorte se subió encima de la silla como para igualar el tamaño de su compadre y con un inofensivo valor, su voz sonó como un altoparlante al contestarle a su compadre parpadeando sus vivarachos ojos.

--Yo si sirvo coooño… -- pronunció, dejando ver el revolver “pata de Mulo” que doblaba su figura colgando dentro de su canana.
Ahí mismo, el gallo Jabao de la casa, propiedad de su compadre, cantó sano y salvo, protegido debajo de su silla.

Autor: Luís Alberto Pérez Ubiera
            cholo-perez@hotmail.com


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